México, el cual, a lo largo de su historia como nación capitalista ha experimentado diferentes crisis económicas. De cara a los estragos que estamos ya padeciendo a consecuencia de la actual crisis, es importante sacar las lecciones necesarias de las experiencias del pasado para prepararnos mejor y frenar la ofensiva de la burguesía contra nuestros derechos e intereses como trabajadores. Para dicho efecto nos remontamos a algunos de los casos más representativos y cercanos a la experiencia de las generaciones contemporáneas de proletarios.
La Crisis Económica de 1976
La crisis mexicana de 1976 va a ser la expresión nacional del colapso de la economía mundial desarrollado por aquellos años y que, sin ser ésta la causa de fondo, va a tener como catalizador el embargo petrolero dictado en octubre de 1973 por la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en contra de todos los países que apoyaron a Israel en la guerra del Yon Kippur contra Siria y Egipto. La crisis económica mundial de mediados de la década de los setentas marcó el final del boom más profundo y prolongado del capitalismo, el cual ya se había prolongado desde poco después de que finalizó la II Guerra Mundial.
El estallamiento de la crisis mexicana del 76 va a ser la culminación de un proceso que ya se venía incubando lentamente desde 1971, año en el cual se contrae la economía nacional registrándose un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 4.2%, siendo éste el peor dato registrado desde 1959. El impacto del colapso de la economía mundial va a significar para nuestro país el que prácticamente fueran suspendidas las compras de mercancías mexicanas en el mercado yanqui, traduciéndose esto a la vez en que la actividad industrial cayera severamente, un 6.7%, además de quiebras y despidos masivos.
La desesperanzadora situación de la economía mexicana de aquellos años hizo que los capitales se lanzarán a la búsqueda de territorios más seguros y rentables, haciendo que se fugaran cuantiosas cantidades de dinero al mismo tiempo que caía la inversión foránea. Ante esta problemática el gobierno, con Luis Echeverría al frente, opta por tratar de financiar el déficit de divisas por medio de incrementar la deuda externa y las reservas internacionales, sin embargo estas medidas son insuficientes y las reservas terminan por agotarse no dejando otro camino más que el de devaluar el peso el 1 de septiembre de 1976 de 12.50 a 24.75 unidades por dólar. Con esta medida quedaba hecha polvo la política de estabilización cambiara, el desarrollo estabilizador, que se extendió a lo largo de 22 años.
Además de una deuda externa que creció desde los 6 mil millones de dólares que tenía en 1970 a los 20 mil millones y los inevitables efectos negativos de esta sobre las clases desposeídas, la crisis de 1976 también dejó como saldo el estancamiento de los salarios durante los últimos meses de ese año, cuestión que para los trabajadores se vio agravada con el repunte experimentado por la inflación la cual fue del 11% que ya había acumulado de manera anualizada en junio a los 27.2 puntos registrados ya en diciembre.
La Crisis Petrolera de 1982
Para financiar la crisis, ya como presidente López Portillo (1976-1982), el régimen y la burguesía optaron por apostarle todo a la producción y exportación petrolera, la cual gozaba de un precio en el mercado mundial que aseguraba jugosas utilidades. Para aprovechar mejor las oportunidades se decidió desarrollar significativamente la infraestructura de PEMEX, obteniendo los recursos incrementando la deuda externa. De esta manera, la economía mexicana fue petrolizada, al depender de este medio el 80% de los ingresos del Estado.
Efectivamente la estrategia adoptada ayudó a la economía a salir de la crisis del 76, sin embargo el modelo encerraba contradicciones que lo único que estaban haciendo era preparar el camino para una nueva crisis de mayor trascendencia. Para su éxito las medidas adoptadas por el gobierno dependían de que los magníficos precios internacionales del petróleo se mantuvieran, pero ésta no podía ser una situación indefinida.
En los buenos momentos el optimismo era tanto que López Portillo declararía que los mexicanos teníamos que prepararnos para administrar la abundancia. Durante esos días el barril mexicano de exportación se vendía en promedio a 45 dólares, pero las condiciones favorables empezaron a cambiar en 1981, por ejemplo, los países de la OPEP, en especial Arabia Saudita, incrementaron significativamente su producción haciendo que los precios iniciaran una espiral descendente que significó que el precio del barril del Brent, pasara de los 36.83 dólares en 1980 a los 32.97 dos años después. Para 1985 dicho precio se ubicaba en los 15 dólares. Para México todo ese contexto se tradujo en lo que se conoció como la Crisis Petrolera de 1982.
Este colapso de la economía mexicana, que provocó entre otras cosas una devaluación del 400% al pasar el dólar de 22 a 70 pesos, motivó la firma en diciembre de 1987 del Pacto de Solidaridad Económica. Dicho acuerdo signado por los charros del sindicalismo oficial, los empresarios y el Estado, en ese entonces con Miguel de la Madrid como presidente (1982-1988), marcó el inicio de una política de contención salarial que se extendió por diez años bajo la firma de diferentes pactos. Esta Política diseñada como pilar para sacar al país de dicha crisis, trascendió hasta nuestros días por medio de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, provocando que los salarios reales en la actualidad sufran un retraso de 28 años al ubicarlos en un nivel similar al que tenían en 1980. Sobre la reducción de la capacidad de consumo de las masas basta recodar que la Crisis Petrolera orilló a que en agosto de 1982 el precio de los productos básicos se incrementara en prácticamente un 100%: en dicho mes el valor del kilo de tortilla pasó de 5.5 a 11 pesos; el del pan blanco brincó de 50 centavos a 1 peso la pieza; en gasolina el salto fue de 6 a 10 pesos; y el del gas doméstico fue de 4.30 a 5.10 el kilo, etcétera.
Otro resultado de esta crisis fue lo que poco después se conoció como la crisis de la deuda: al arranque del gobierno de José López Portillo la deuda externa era de 21 mil millones de dólares, al finalizar dicha administración esta suma ya era de 76 mil millones de dólares. Esta problemática sería heredada por el ex presidente Miguel de la Madrid el cual al terminar su mandado dejó como uno de sus logros una deuda externa de 105 mil millones de dólares. La otorgación de estos préstamos para auxiliar a la economía mexicana significó la imposición de durísimas condiciones para el gobierno por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), representando ello el despliegue de una política que ya se ha extendido por más de un cuarto de siglo consistente en privatizar prácticamente toda la industria paraestatal, en bruscos recortes del gasto social, en la eliminación de prácticamente todos los susidios para el campo y en una apertura comercial que tendría años después su principal expresión en el Tratado de Libre Comercio (TLC)
La Crisis Petrolera de 1982 a la postre significo el tiro de gracia al Estado de Bienestar y el arribo del llamado neoliberalismo, acarreando todo esto tras de sí un proceso sin precedentes de deterioro de los niveles de vida de las masas obreras y campesinas y que perdura hasta el momento.
Los errores de diciembre y la crisis de 1995
En 1995 el proletariado mexicano sería forzado a padecer los efectos de una nueva crisis económica, pero esta vez con mucho más crudeza que las anteriores.
Los errores de diciembre es la expresión acuñada por el ya entonces ex presidente Salinas para calificar la medida adoptada el 19 de diciembre de 1994 por el nuevo gobierno bajo la conducción de Zedillo, consistente en devaluar el peso en un 15%. Dicha determinación desencadenó toda una serie de graves contradicciones acumuladas en los últimos años que derivarían en el colapso económico más catastrófico hasta el día de hoy de la historia contemporánea de México.
Los años de negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC), el cual sería firmado en 1993 para entrar en funciones en enero del siguiente año, crearon un espectro que Salinas consideró favorable para lanzar una verborrea de lo mas demagógica señalando que México se dirigía hacia ser una país del primer mundo. No obstante la realidad económica decía lo contrario. Un argumento de Salinas eran las exportaciones las cuales, debido a la apertura comercial que ya existía incluso antes del TLC, entre 1989 y 1993 pasaron de 20 mil 545 a 51 mil 886 millones de dólares. Pero la otra cara de la moneda era un cada vez más abultado déficit de la cuenta corriente (fenómeno que se tiene como resultado cuando un país gasta más de lo que obtiene como ingresos de todas sus transacciones internacionales en servicios, mercancías, transferencias financieras, etcétera) el cual fue, en proporción al PIB, del 1.6 que tenía en 1988 al 4.7 en 1993.
Ante estas adversidades Salinas optó por diferentes mecanismos para subsidiar ese déficit, entre ellas profundizar la política de privatizaciones (para julio del 94 el saldo alcanzado por la venta de 400 empresas paraestatales era de 63 mil 450 millones de los entonces llamados nuevos pesos) e impulsando los Tesobonos, títulos de crédito respaldados por las arcas del gobierno federal los cuales se compraban y vendían pesos, pero protegidos contra una posible devaluación al cotizarse en dólares; dichos títulos al momento de cambiarse en pesos se pagaban al tipo de cambio vigente.
Los Tesobonos se vuelven un imán para las inversiones, pero principalmente para las de carácter especulativo y de corto plazo, las cuales van a tener una significación más que limitada y efímera para estabilizar a la economía. Muestra de ello es el propio 1994 cuando estos títulos experimentan un desarrollo del ¡¡¡mil 118%!!! al llegar en julio a una cantidad de 13 mil 752 millones de dólares. Para diciembre dicha cantidad ya alcanza los 18 mil 384 millones de dólares. No obstante este espectacular salto, los resultados son lejos de lo esperado pues a lo largo de los doce meses de ese mismo año el déficit de la cuenta corriente ya arroja un déficit del 8% en proporción al PIB.
La dura realidad económica pesó más sobre los inversionistas que las optimistas declaraciones de Salinas, iniciándose un paulatino pero cada vez más enérgico proceso de fuga de capitales lo cual, a su vez, se reflejó en una merma significativa de las reservas internacionales, las cuales durante aquel periodo lograron su máximo histórico (29 mil 155 millones de dólares) en febrero del 94 para después caer hasta los 12 mil 471 millones de dólares en noviembre de ese año.
Esta variable generó una contradicción que puso a la economía sobre una barril de pólvora: para los primeros días de diciembre las obligaciones crediticias del Estado a través de los Tesobonos superaban significativamente el monto que se disponía en reservas internacionales. Además, como un recurso desesperado para tratar de ofrecerle estabilidad cambiaria a las inversiones, Salinas se negó a devaluar el peso conforme se agotaban las reservas internacionales. Así, para los primeros días de diciembre la sobrevaluación de la moneda nacional ya era del 17%.
Era una situación insostenible ante la cual Zedillo reaccionó devaluando el peso, pero la medida ya era incapaz de frenar la tendencia y finalmente, la economía saltó en mil pedazos. El dólar, que a finales de noviembre tenía un valor de 3.46 pesos, inmediatamente saltó a un precio de 5.15 pesos, mismo que se fijó en los 7.50 pesos en marzo de 1995. Por su parte el PIB desploma lográndose resultados de -17% y -21% durante el primero y segundo trimestres del 95 respectivamente.
Por otro lado, producto de los quiebras y despidos masivos, el desempleo, que en diciembre de 1994 alcanzaba al 3.6 de la Población Económicamente Activa (PEA) llega al 7.6% en agosto del 95. Además, mientras los salarios mínimos sólo reciben un incremento del 31% al pasar de 15.27 a 20.15 pesos diarios, la inflación acumulada a lo largo de ese año va a llegar al 45.